Cuando el filósofo busca junto a los poetas (...) lecciones de individualización del mundo, se convence pronto de que el mundo no está en el orden del sustantivo sino en el orden del adjetivo. Si se reconociera en los sistemas filosóficos referentes al universo la parte que corresponde a la imaginación, se vería aparecer un germen, un adjetivo. Se podría dar este consejo: para encontrar la esencia de una filosofía del mundo, buscad el adjetivo (Gastón Bachelard, La poética del espacio)

una bici te puede suceder

Le ocurrió un dolor de cabeza de atravesar la ciudad a mil para llegar a mil cosas. Sinsentido, se repetía en cada esquina corrida en vorágine laboral.

Entre una cosa y otra sobraron dos horas y resultaron en descanso.


La bici la entró en lugares para los que nunca hay tiempo: el camino perfumado, la decoración; panadería al final. Del bolsillo habría suficiente para comprar tres cosas con cincuenta y basta.

El sol era de estudiantes en la calle, y pieles blancas que se apuran al minúsculo calor de septiembre. Viveros vendiendo todo tipo de agasajos en flor.
Ocurría a cántaros la ceremonia de azahares y tilos. Duran poco tiempo (dijo para sí)

Ahí el pasto. La bici a su lado, ella panza arriba y el resplandor a todo trapo. Cómo resurjo de sinsentidos laborales desde flores y sabores no sé. Ríe sola como las enamoradas que releen las cartas cursis en el día que al final se vuelve todo recuerdo de esas cartas cursis. Pero sé que revivo y la primavera dura poco, y hay gente que estornuda con los tilos; y yo no qué suerte.
Aspira todo, hasta el poco tiempo que la apura, la levanta y medio mareada deja el resplandor.

El horizonte es otra vez la ciudad. En bici avanza hasta la dirección exacta en decoración. La vidriera es hoy unos sillones mullidos, rojo mimbre y gordo almohadón. Unas alfombras en rebaja, preciosas para el próximo invierno. Un juego de luces en lámpara la asombra. Antonia saca papel y birome. Las dibuja. No las va a comprar, pero las quiere dibujar.
Esta tarde le robó dos horas al labor. No por no cumplir, sino por el modo de distribuir.


Queda por ahí llegando la panadería de Don Fermín. Que el abuelo del abuelo de no recuerda quién ya compraba esos miñones Antonia, y a vos te gustan por la genética le decía su abuela. Juega a estar ciega y va despacio paso a paso sobre la bici por el cordón. Asegura que el olor profundo de la panadería es su puerta de entrada. Ve con los pies, sigue a ojos cerrados. Tantea las baldosas y sigue en ojos cerrados. Hasta no dar más de ganas de las decenas de tortas, pancitos, pizas y todo lo que a una se le ocurra esencial en una góndola.

Todo, en una góndola.


Llega hasta la puerta refulgente de aroma. Le pide a Fermín, que ya no atiende pero sí entiende del barrio sentado afuera, que le cuide la bici. Entra, huele. Huele mucho. Deja pasar a los clientes, me da más tiempo para elegir (dice para sí). De aquí y de allá compra tres tipos de panes y le sobran los cincuenta.
Adiós Fermín y gracias.
No hay de qué mija, saludos al abuelo.

Antonia sonríe. Ese abuelo es el que no está hace tiempo, pero no para Fermín
y no para ella.

Serán dados…




Esta es tarde Antonia, de poesías en la calle.

Estandarte primavera,
desde una bici te puede suceder.




(Capítulo que pertenece a la novela Desde los ojos de Antonia. Recibió mención en el 9° Certamen de Cuentos Breves - Centro Cultural Julio Cortázar - Ciudad de Bs As 2011)


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